Tal vez sea por que vivía la infancia entre los muros de un jardín y el oleaje de un lago aún verdecido y acuoso, o tal vez por que siendo la mayor tenia que conservar la mirada de niña en las pupilas, pero Marisa se ha resguardado en el detalle ínfimo y las cosas detrás de las cosas. Encuentra ya sea un personaje o un oculto y mágico pezón, detrás de la rugosa materia que explora en las texturas, de ese aparente caos de líneas y surcos, ella va quitando lo que le sobra de luz al valle empequeñecido del intersticio de entre cresta y cresta. Marisa es tal cual, arranca de la tela el tema que va surgiendo así como así de repente, como conejo del sombrero del mago.

El erotismo en algunas de sus obra es epitelico, como dice Rilke “la realidad es una cosa lejana que se acerca con infinita lentitud al que tiene paciencia”, es por ello que para sus figuras, las pocas que aparecen dentro las texturas o bien tras ellas, requieren tan solo de fragmentos de cuerpos, no es necesaria la obviedad y el lugar común, ahí están los cuerpos, sexuados, carnales y con una carga en la atmósfera que ayuda a definir el motivo.

Pero su magia no es si no el resultado de un largo y afanoso trabajo, hay un proceso no solo en la elaboración, existe también en el camino recorrido y las vivencias, los cuadros de Marisa no son anecdóticos, ni tampoco narrativos, son resultado de reflexiones más cercanas a lo emotivo, al sentir; a provocar en el espectador lo que sea, agradable o no, busca mover en quien lo ve su lado emotivo. La obra exige atención y análisis, no es fácil la neutralidad, no la busca, quiere y exige de quien lo percibe su parte activa; no es pintura para tan solo estar colgada, quien tiene un cuadro de Marisa enfrente se ve forzado a hacer contacto con su lado emotivo, esa es la razón por la cual su trabajo no es fácil de digerir.

Tal vez por este resultado y no otro, es que Marisa conserva ese lado de niña, en el sentido de la observación del detalle y el asombro, continúa descubriendo cosas en lo ínfimo, en lo pequeño y trabaja sus cuadros como si fueran la vista a través de un microscopio. Por ello lo suyo no es contar historias, ni tramas o intrigas, si no traducir impulsos y sentimientos anteriores a las imágenes, encontrando una nueva forma de decir lo mismo, por que finalmente tanto en el arte como en las vidas de los humanos, los temas importantes y trascendentes siempre han sido los mismos a través de la historia.

José Castillo